Yo también leí cincuenta sombras de Grey y eso que soy de las que devoran literatura de altura; Pynchon, Foster Wallace y de ahí al cielo. Para escribir este artículo decidí ver la peli. Me gustó. Sí, me gustó. En resumen, Dakota es la película. No hay nada más. Ella se come la cámara. Él, pssshh…, pero me ha servido como inspiración para escribir estas líneas. Respecto al ardor sexual entre los protas, leed que mi coñito se quedó tal cual tanto con el libro como con la movie, pero por una razón que enseguida paso a contar, esta última me hizo sentir que ese principito azul puede existir. (La peli va de eso y de nada más. ¡Enteraos de una vez!).

Sí, creo en Christian Grey como príncipe azul. O eso quiero creer después de la última experiencia que acabo de vivir con uno de mis amantes pasajeros. Y vais a entender por qué. Voy a ver cincuenta sombras justo después de un encuentro sexual pasajero al que aún no he sido capaz de adjetivar. Sé que el sexo es eso, sexo, no me engaño. No creo en nubes frondosas celestes, pero tampoco vale que llegue un tipo “interesante” con el que ha habido química, y que al final resulte ser un cero en la cama. ¡Joder! ¡Un cero en la cama no puede ser un tipo interesante! Vamos, que Christian al menos tiene dinero y eso siempre pone. A lo que voy es que al ver la peli e hilando con mi última experiencia, se me ha ocurrido hacer algo así como una lista de comportamientos o reglas que los hombres deberían tener más en cuenta cuando se enfrentan a una relación sexual espontánea.
Chica joven mona, sexy y culta como yo no espera en el parque a su hombre de ensueño y decide que mientras llega, hay que estar presente en el mundo de la mejor forma posible que es haciéndose con amantes “around the Wilde world”. Un escritor de París, un músico de Corea y un artista en Berlín, por ejemplo. Mara, con cada llamada, decide poner la luna llena rápidamente en el cielo de Madrid y se prepara para la ocasión. Se pone sus mejores galas de seda, deja en casita el romanticismo, y espera impaciente el rojo de la noche.
Ella sabe que la mayoría de los hombres no querrán conocerla de verdad. Ya no le importa ese asunto pero solo busca con frenesí que se haga la magia. Esa noche, que Mara siempre te hace pensar que solo baila para ti, no bailó. Y no sabes lo que te pierdes porque en cuanto atisba el mínimo egocentrismo, gime a desgana, besa en el cuello retirando el labio, y su piel apenas se enciende. Casi seguro tendrá un orgasmo tangencial. Por si no lo has entendido, te utilizará restregándose contra ti para rozar su perlita y al menos sentir algo de placer carnal. Tú no te enterarás de nada porque su educación complaciente, además del temor a herir tu ego, le niega a hacerte ver que por ese camino no vas bien… A estas alturas ya es consciente de que te vas a perder una experiencia excepcional. Si, Mara en ese sentido se lo sabe, se lo cree bien… No puede evitar que le asalte cierta tristeza y no repetirá. Se despedirá de ti en la puerta con un beso torcido y sentirá una liberación escalofriante al rozar su dedo despacio en la puerta una vez cerrada.
Como es lista no pierde mucho tiempo con la fealdad del mundo, se concentra de nuevo en Christian y se esfuerza por hacer llegar al todavía rojo de la noche de un Madrid aun despierto, los momentos vividos con su amante platónico, el inglés, el único. Porque después de cada encuentro con él, Mara se queda dos días temblando, flota, siente su olor, su palpitar. Está plena. Su recuerdo es aún más delicioso que el encuentro que tuvo y sabe que las cincuenta sombras son, en realidad, cincuenta luces de las que empieza a consumir todas, una a una, a sabiendas de que le quedan otras tantas para rescatar en caso necesario, como ha sido esta última noche. Y el amante volverá. Mara está segura. Son unos desconocidos pero, desde el primer día, los dos han entendido perfectamente las reglas del juego entre amantes pasajeros.
Continuará.
Mara Blixen.
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