Sexo, Miami y tortugas.

Mareas negras surgen en la soledad de teclado; desobedeciendo al verano.

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Mara preparándose para el baño.

Para plantar cara a la oscuridad que me alumbra lejos incluso de mi zulo, decido ir a nadar a la espléndida piscina que me ofrece Miami. Los acontecimientos ocurridos después, han dado pie a una típica historia de verano. Un affair entre “una mujer desesperada”(*) americana y su jardinero fiel, (u obrero brasileño). Juro que es verdad, aunque confío en mi ingenio para que suene distinto. Solo adornos sabrosos maquillan este quince de agosto.

Creo que llevaba más de veinticinco minutos nadando cuando oí el tono elevado de Elle, algo ondulado y deformado por la densidad del agua. Saqué la cabeza y la encontré en el borde, avisándome de que un hombre intentaba decirme algo. Al girarme sentí un respingo (gesto espontáneo de coquetería) en mi estómago. Era él. Solo le vi un momento dos días antes cuando vino a dejar los sacos de cemento, pero su mirada se hundió hiriente en mi estómago; ya nunca me desprenderé de él.

Desde que llegué aquí, me despierto pronto para escribir. Todos duermen y late el silencio. A veces, si me obsesiono con una frase, sacudo el coco con las aguas verdes del pabellón de invitados; nado. El día anterior, mientras me preparaba para el baño, ese hombre pasó muy cerca de mí. Me saludó con un ademán de cabeza y le respondí con un tímido “morning”. — Disculpe lady. No pensé que habría nadie a estas horas. Ya me voy—dijo con tono nervioso. Me volví de nuevo hacia él y al cruzar nuestras miradas fue cuando sentí el despertar.

Esa mirada azul, tan dura y llena de resistencia…

Hay personas que tienen un testamento de vida en un solo “look”. No necesitan hablar, tampoco quieren, pero desean que cualquier extraño adivine su dolor. Viven abriendo su angustia a través de la mirada aunque lo hagan con discreción y, en ocasiones, con autosuficiencia. Es la única manera que conocen de hacerlo. Rara vez son atendidos, sin embargo mantienen la esperanza (e ingenuidad) de ser descubiertos (**). Tengo un olfato sensible y cuando doy con uno, rápido tiro el anzuelo. Me observan con cuidado. — ¿Quizás esté en mí el potencial que anhelan?—sé que se preguntan. Antes de que puedan darse cuenta de que juego a cazar, respondo a su llamada con mi sexualidad. No me aprovecho de su transparencia (apenas se dejan ver), tampoco pretendo complacer. Solo es un instinto básico, el mío, es natural y de sincera entrega.

Ellos buscan amor, yo lo concedo; yo busco quietud, ellos otorgan.

El trato se tapia en pestañas abiertas y entonces anhelo follar, ambos lo hacemos, y es que el erotismo ya ha invadido nuestras entrañas.

Fabio (¿?).

Podría describir su potencia física, su altura, su color afroamericano de piel, la elegancia al paso con sus ropas sueltas albinas, las canas de sus cincuenta, pero tengo prisa por contar cómo me poseyó.

Cuando era más joven dejé pasar oportunidades como esta. Por eso ahora, me decido con rotundo descaro al deseo. El día que le conocí no fue posible. En el momento que se disculpaba por la intromisión, en el momento que mi coño suplicó pasión, apareció Clara llorando y preguntando por su mamá. Tuvimos que ir en su búsqueda. Mis dolores de espalda se esfuman cuando estoy con un niño. A cambio, ese día me quedé sin baño, sin hombre y con una única pregunta. ¿Volvería a verlo?

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Mara en su baño al alba.

Pero esa mañana sucedió.

Primeros ruidos tropicales tras el amanecer. A esas horas nadie viene a la piscina y aprovecho para bañarme desnuda. Al levantar la cabeza del agua, Fabio me saludó y me explicó que era el día perfecto para ver las tortugas desovar. Elle es cordial con el servicio y le debió contar que había venido unos días a conocer Miami, ciudad donde tiene lugar la trama de mi próxima novela.

—Sería muy interesante que aprendieras algo de la fauna de aquí. Te sorprenderás Mara—explicó sonriente Elle. —Anda, ve con él—.

—Ok Elle…dije con voz bobalicona.

—En cinco minutos voy—  afirmé dándome cuenta de que no podría salir así del agua.

Me puse tan nerviosa con su presencia que, al salir, me coloqué la camisa estampada azul y blanca sin secarme. Até un botón para taparme un poco. Le di un beso de buenos días a Elle, que ya andaba fundida por completo a su tablet, y me fui hacia la parte trasera del jardín. Fabio descargaba los sacos de abono de la carretilla. Cuando le alcancé le dije —hola—. El no dijo nada. —Can I help you? —rasgué con timidez. Tampoco contestó. Ni tan siquiera se giró. Me inquietó un poco su actitud. — ¿Dónde están las tortugas? —pregunté buscando conversación. Ni una palabra. Decidí ayudarle a descargar esos sacos de esparto. Al rozar la mano con la tela, la cogió y me apartó haciéndome señales de negación con el rostro. ¡Uf! Me subió un escalofrío desde el suelo hasta el pecho… Podía sentir su respiración. Seca, brusca. Creo que estaba nervioso, tanto como yo, pero ni por un instante me miró. Eché un paso atrás. Comencé a pensar que quizás me equivoqué cuando creí ver más allá de su córnea.

Entonces, al retirar el último saco, se quitó los guantes con parsimonia, se sacudió la camisa de lino y se giró hacia a mí. Di unos pasos atrás como en un instinto primario de protección. Su cuerpo alcanzaba casi los dos metros y  despertó en mi algo de temor. Me di cuenta de que esta vez yo no tendría el control. El seguía acercándose con envergadura de oso. Di unos pasos más hasta que tropecé con el borde de una mesa larga hecha con tablones de madera antigua. Me quedé quieta mirándole. Mirándome. Dio un paso más hasta casi tocarme. —Hoy lo vamos a hacer a mi manera… ¿Mara? — expresó con mucha seriedad mientras retiraba un mechón mojado de mi rostro. Con un solo movimiento de cabeza y sin hablar contesté afirmativamente. Sin titubear, retiró ligeramente la camisa que cubría mi coño y movió un poco mis piernas para abrirlas. Con una mano me asió la melena completa de un golpe. Ese gesto me excitó haciendo que mi instinto rojo pidiera besarle, pero él no lo permitió tirando un poco de mi cabello hacia atrás. Con la otra mano, deslizó sus dedos anular y corazón muy despacio a modo de amplio lametón desde la entrada del culo, parando en la vagina, para terminar subiendo por los labios que protegen el clítoris. Lo hizo despacio y con tal suficiencia que sentí una sensación extrema, tanto que no soy capaz de seguir escribiendo sin que mis pezones hiervan. Creo que puedo decir que ha sido uno de los momentos más eróticos de toda mi vida. Al terminar se llevó los dedos a la boca. Los saboreó sin prisa. Luego los metió en la mía y resbalando como un gusano los sacó arrugando el labio, el mentón, bajando por el cuello, el esternón, abriendo más la camisa para sentir mis pechos, el ombligo y mi abultada tripita, coronando finalmente el monte de Venus. Cada segundo que él me frotaba mi respiración inundaba mi coño. Poco más necesitaba de esa bestia sexual. ¡Dios! Iba a explotar. No quería que ese momento acabara porque jamás, juro que jamás, con tan poco me he sentido tan poseída. Percibí cómo su placer radicaba en las sensaciones que le producía mi respuesta a la acción. Como si, al palpar las células de mi piel, pudiera descubrir mi tormento igual que yo atisbo la angustia a través de la mirada. ¿Tal vez fui yo la que caí en la trampa?, o ¿Quizás si vio en mi a la cazadora cruel, y aceptó el anzuelo haciéndomelo saber al decirme que lo haríamos a su manera?

Volvió a poner su dedo en mi coño. Metió uno, dos, y luego los subió hasta el clítoris muy despacio. Lo encontró rápido porque estaba muy hinchado, muy mojado. Pegó sus dedos en él haciendo ligeros balanceos. Es lo que hago yo sola justo antes de alcanzar el orgasmo y nunca pensé que un hombre pudiera saberlo… No apartaba sus inmensos ojos azules de mí. Sentí como si me estuviera follando con la mirada. Como si me hubiera metido la polla hasta el cerebro. Estaba tannnn caliente…gemía, bramaba, tenía los pelos de punta, estaba furiosa de amor. Entonces, brotaron las primeras explosiones en mi cuevita. En ese momento sacó la lengua y lamió mis labios…

Exploté.

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Mara Blixen.

 (*). Es un guiño a la serie americana «Mujeres desesperadas», que aunque no la he visto nunca, viene al caso.

(**). La próxima vez que encuentres una mirada punzante acuérdate de mis palabras. Quizás tengo razón.

2 respuestas a “Sexo, Miami y tortugas.

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  1. ¡Que manera más rara tenía ese hombretón de hacerlo a su manera!, pero me alegro que coincidiera con tus «intereses», que nos resultan tan interesantes. Son las 9 de la mañana en hipanias y me voy a tener que dar una ducha. La próxima factura del Canal, te la paso a tu cuenta, corazón,

    Desfogados
    Kissssss y Kisssssss

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