Siento el cuerpo cómo empieza a desarmarse y estrujo los guantes de crin frotando fuerte para ralentizar el surgimiento de la vejez.
Termino con agua fría que tensa los músculos, y así aguanten dos o cinco años más, quizás alojen diez. Cuidadas bellezas naturales las de ahí adentro, y mi alegría quiere ser la de Irene, que recomendaba el hielo para mantener despierto el plastón de la cabeza hasta el mismo día de la muerte. Si me oye, debo decirle que ahora los tiempos corren por dermis casi vacías pero jóvenes, y ya nadie muere hasta que se desconoce.
Mi abuela, fue discreta y domada, además bella, aristócrata y blanca. Seguro que mañana mucho antes de que su viejo abra, no tendrá miedo a nada, ni siquiera ya a la vejez. ¡Qué suerte!
Recuerdo su último gemido, fue a mi lado. Escuché el estertor a las 6:18 de la mañana, en un hospital para morir con lujos de botox. Hace ya casi veinte años. En los últimos días, la mirada de su braga era aún expansiva, tanto que llenaría una sartén pequeña si se pusieran las arrugas mías a un lado…
Mara Blixen.
Cómo marcan las abuelas…
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Amen!!!
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