La negrura de Nina es su luz. Su voz es la que os mostraría si supiera cantar.
He dormido ocho horas sin sobresalto y mis músculos están fuertes. Además, aunque no tenga el talento de la gran pianista, me acaban de susurrar que leerme es como iniciar un viaje con un animal libre y sensual, como cruzar el puente para liberar los sueños de la pasión, como alimentar la posibilidad de vivir.
¡Ahí es nada, Mara!
Mi cuerpo baila sin prisa en el teatro Sistina de mi cabeza con sones y timbales de palisandro, de abajo hacia arriba; comienza aleteando las manos como la lady del puerto. Me excito, paro sincopada, me excito y respiro entre flores rojas de una primavera adelantada; y me excito otra vez imaginando melodías entre las telas del top transparente y mis leggins negros de cuero que… en breve, vas a bajar.
Enséñamelo, enséñamelo todo.
Sonrío simplemente porque me apetece hacerlo. Instante limpio de felicidad.
Voy a bailar desnuda sobre ti con los collares brillantes de Simone. Raza silenciosa.
Las teclas del piano dan palmaditas al aire mientras cruzo los charcos de la vía límite, a saltos sinónimos, también anónimos y bien, bien alegres. Paparapapa, pa, pa!
Ay Papá, como una piedra blanda vuelvo a sonreír. Vas a entender que no piense mucho en ti porque si no, estropearemos este texto naif.
Y otro salto más hasta mi cama donde amar a alguien nuevo. Bailar y reír. Bailar y reír. Mis pechos salen resbalando entre tus manos, quieren mostrarse jóvenes, y el roce con tu piel áspera consigue endurecer los pezones del manojo de nervios que vibra aquí dentro, donde me toco ahora mismo, abajito, donde la noche narcotiza nuestros deseos, ¡para! donde embobado fijas tu mirada de gorila, sí, ahí dentro, en mi suavecito monte de Venus.
Tiritan mis piernas, aplaude tu hombría, y Nina canta muy alto.
Paparapapa, pa, pa!
Mara Blixen.
Deja una respuesta