#vicio01.Sergio M. El hombre que recorre mi cuerpo.

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¿Y si al fin me armo de valor y me decido a emprender el camino?

¿Y si consigo recorrer el empeine de tus pies y no caer perdido entre sus dedos?

¿Y si alcanzo tus gemelos sin que me fallen las fuerzas y pago su parada y fonda con mis besos?

¿Y si me deslizo por tus rodillas hasta que la carne de tus muslos detenga mi caída?

¿Y si arrastro mis deseos clavando en sus curvas las yemas de mis dedos?

 ¿Y si al fin, derrotado, llego a mi destino, tu sexo?

 ¿Qué me espera entonces, Mara? ¿Qué encontraré tras tu velo?

(Texto enviado por Sergio M. el hombre que desea recorrer mi cuerpo, tu cuerpo…).
Ojalá tuviera todas las respuestas Sergio… Precioso texto. 
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Mara Blixen.

El pene del Papa.

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Sharon Olds.

Lee lo nuevo de Sharon Olds aquí.

Hoy voto por la poesía, por el sexo, por los escritores que me importan, por Sharon Olds. Porque, de algún modo, cuando la leo me identifico con ella. Veo su larga melena y me veo a mi. Directa, sensitiva, atractiva, vital. Ella baila…, yo bailo. Ella escribe, yo lo hago. A muchos sorprende e incluso cabrea la naturalidad con la que habla de sexo. Sin embargo yo la entiendo y se que su prosa nace del coño. ¡Qué fácil lo hace!

MAra Blixen.

 

aSÍ se hizo realidad mi fantasía con 3 HOMBRES…PARTE I

nimphomaniacMe aburre el libro que estoy leyendo. Es un domingo de verano. Estoy tumbada en el sofá del salón. Es realmente pequeño pero el hermoso marco verde que traspasa el ventanal hacia el parque lo amplia sin hacerme percibir la sensación de agobio. Todavía no entiendo esa manía de los promotores de construir viviendas con muchos dormitorios pero con cocinas y salones tan pequeños. Parece que cuanto mayor número de estancias tenga tu vivienda más grande es. El resultado es una caja de sardinas bien (mal) compartimentada. Y a esto es a lo que mi sueldo de profesora puede aspirar. Antes las casas eran más espaciosas y confortables. Estaban mejor pensadas.

Como todos los fines de semana me despierta el ruido de la pelota chocando en la red metálica de protección de la cancha de baloncesto del parque de en frente de mi edificio. Me gusta. Es la alarma que me hace recordar el itinerario de hoy y de cada mañana de domingo que me despierto sola sin el típico tío que insiste en quedarse a dormir después de una noche de alcohol y sexo.

¡Cómo me gusta! Me levanto. Desayuno tranquilamente con un libro, esta vez un auténtico tostón pero todavía no me he atrevido a abandonarlo. Quizás me faltan algunos años de madurez para  hacerlo con decisión. Lo digo porque todos mis amigos que pasan los cincuenta lo hacen. Me quedan todavía diez aunque no creo que aguante tanto.

A veces sueño con que alguien me observa desde el parque sin yo saberlo. Nunca he puesto cortinas en mi casa y las persianas siempre están levantadas. Tengo una vieja costumbre de familia donde incluso los días de más frio siempre dejo alguna ventana del apartamento abierta toda la noche. Me da cierta sensación de poder respirar un aire más limpio. Cuando era una cría a veces me despertaba llorando por la noche e iba corriendo a la habitación de mis padres  a pedir consuelo. En Invierno su habitación siempre estaba congelada. Me metía en el enorme edredón nórdico acurrucada en el calor materno.  Por la mañana el dormitorio tenía ese aire de frescor de habitación recién ventilada. Ahora yo hago lo mismo. Cuantas peleas he perdido con mis anteriores parejas cuando trataban de hacerme ver que solo los locos duermen con la ventana abierta con dos grados bajo cero fuera.

En fin. Cuando termino de desayunar, me ducho y me preparo para salir de casa y dar una vuelta por el mercadillo de la avenida de Asturias que plantan todos los domingos y festivos. Me encanta ese paseo. Prefiero ir pronto cuando todavía no está lleno de gente. Compro fruta, verduras, y flores frescas. Casi siempre margaritas. Es un mercadillo de barrio. A veces también compro rosas blancas si ese día el gitano,  con el que siempre regateo,  ha conseguido robarlas en algún almacén de venta al por mayor. Las rosas tienen que ser blancas. El gitano las guarda para mí. Es un símbolo del recuerdo de ese niño sin oportunidades. Ese precioso niño que me dio tiempo a amar y que ni tan siquiera conoció el mar.

Vuelvo  a casa caminando por el parque con el carro lleno de comida. Es una manera de hacer ejercicio porque el parque está lleno de subidas y bajadas. Los caminos son sinuosos. Hay muchos taludes en el terreno y una mezcla de variedades de árboles muy rica. Cipreses, castaños, magnolios, alcornoques. Todos ellos forman un paisaje asilvestrado y rebelde. Parece que todo ha nacido por culpa del azar. Ya cerca de casa me quedo un rato sentada en un banco junto a la mini pista de baloncesto observando a los adolescentes que juegan. Me gusta mucho observarles. Contemplar  su cándida actitud. Verles me hace sentir que la vida tiene sentido.

Cerca de mediodía llego a casa. Guardo ordenadamente todo lo comprado. Sé que pasados unos días tendré que tirar parte de las verduras porque casi nunca cocino pero todavía insisto en aprender. ¡Qué estupidez! Pongo las flores frescas en un jarrón y entonces enciendo el teléfono móvil y se acaba mi momento de la semana de complicidad conmigo misma. Me acerco de nuevo al sofá esta vez para enterarme de lo que está pasando en el mundo. Abro el ipad y busco la página del “PAÍS”. Así estoy durante, más o menos,  una hora más.

Cuando estaba leyendo lo cultural un ruido que provenía de la cancha de baloncesto me sobresaltó. Me levanté y me acerqué al ventanal. Me quedé un rato observando. Los chicos que hace un rato estaban jugando ahora se estaban peleando. Las amigas o novias que otras veces se quedaban en los bancos chismorreando entre ellas intentaban tranquilizarles.  Podía entreverles entre las ramas de los árboles. Pasado un rato parecía que la paz volvía. Resbaló una pelota por el talud que llegaba hasta la carretera. Lo había visto muchas veces. La malla que protege la cancha no es muy alta. A veces, la pelota sale por encima y cae a la tierra rodando por el terraplén hasta la calzada. Se rifan entre ellos quien va a por ella y al final veo a uno de los chicos acercarse corriendo para recogerla. Esta vez, el chico que alcanzó la pelota alzó la mirada y se encontró con la mía. Yo le sonreí. Él  me sonrió. Se dio la vuelta y subió de nuevo con sus compañeros. Yo seguía en el ventanal curioseando. De repente pude ver cómo todos juntos  miraron hacia mi ventanal. Me estaban mirando a mí y hablaban entre ellos. Obviamente no podía oír qué decían. Me dio un poco de vergüenza y di una par de pasos hacia atrás. Ellos seguían mirando. Me quedé quieta. Pasados unos minutos salieron de la cancha y se acercaron un poco más. Seguían mirando hacia la fachada de mi apartamento. Se reían cada vez más alto. Estaba convencida de que me estaban mirando a mí. El edificio lo componen un grupo de  casitas bajas pareadas de dos plantas. Únicamente cambian las esquinas de la manzana. Cada una agrupa un portal de cuatro viviendas distribuidas en dos plantas. Yo vivo en el segundo y en mi portal ahora mismo no vive nadie más. No sabía bien qué hacer. Seguí impasible dos pasos atrás. Uno de los chicos se adelantó e hizo aspavientos con las manos dibujando la silueta de una mujer. Otro me lanzó un beso. Me puse muy nerviosa. Me di la vuelta y me escondí en el pasillo entre el salón y la cocina. Me quedé parada pensando. Al cabo de un rato, me acerqué a la cocina y sigilosamente fui aproximándome hacia la ventana. También daba al parque. Me quedo petrificada cuando veo que varios de los chicos están en la calzada mirando. Me eché hacia atrás para esconderme de nuevo. Ya no pude asomarme otra vez. Me puse a cocinar compulsivamente. Saqué los pimientos, las cebollas, los tomates y todo lo que había comprado. Decidí preparar una crema, dos, cien. Finalmente, pasadas dos horas aproximadamente terminé. Me asomé a la ventana y ya no había nadie.

El resto de la tarde pasó con normalidad. Fui con una amiga al cine y volví pronto a casa. Me cambié de ropa. Me puse la bata negra con lazos blancos que compré en Zara hace muchos años y que aún sigue nueva. Cené una crema de verdura con un poco de vino blanco. Más tarde encendí la tele. Cuando estaba haciendo zapping noté cómo un puntito rojo iba recorriendo parte de mi cuerpo. Era el típico punto gordo de láser como los que usan los arquitectos para hacer mediciones. Miré alrededor pero solo podía venir de la calle. Mi casa está situada en frente del parque. No hay edificios delante así que solo podía provenir de alguien que estuviera allí.  Me acordé de los chicos de la cancha de baloncesto. Me levanté y miré hacia afuera.

Allí estaban. Junto a la cancha. No podía ver bien .Tan solo una luz tenue de la farola de la acera iluminaba el exterior. Vi cómo bajaron el terraplén dirigiéndose hacia mi casa. No podía creerlo. Esta vez no pensaba esconderme. Les plantaría cara y les invitaría a largarse.

Corrí la puerta del ventanal y me asomé. Estaban allí abajo. En fila. A apenas cinco metros de mí. Eran tres. Uno llevaba el puntero láser pero ahora ya no me enfocaba. Se quedaron quietos, callados. Decidí actuar.

¿Sois vosotros los de esta mañana?

¿De dónde habéis sacado ese puntero?

¿Queréis dejarme cenar tranquila?

Venga, largaos. Les dije.

Al cabo de muy poco tiempo, uno de ellos me preguntó:

¿Cómo te llamas?

Vives sola, ¿verdad?

Me sorprendió la última pregunta. ¿Qué sabían ellos de mí? Pensé. Decidí jugar un poco y me lancé.

Si. Vivo sola. ¿Cómo lo sabéis?

El chico más alto se atrevió  a decirme:

Lo sabemos. Te llevamos observando algún tiempo.

Yo contesté:

Ah ¿sí? Qué más sabéis de mí?

Que vas en moto a trabajar. Que te gusta mucho leer. Que a veces vienen tíos a cenar y se quedan a dormir. Que los viernes por la noche pones la música a tope.

Sí. Te gusta mucho el rock. Coldplay, Franz Ferdinanz. The killers, the ting tings. Dijo otro. Los pones a tope cuando te prepares para salir los fines de semana. Podemos oírlo desde la cancha. Es que nos encantan esos grupos ingleses también.

Y nos gusta mucho cuando te mueves por la casa en ropa interior. ¿Sabes que tienes un cuerpazo? Dijo el primero de nuevo.

Comenzaron a reírse.

El primero volvió a decir: Anda. ¿Por qué no bajas? Era, claramente, el más atrevido y descarado. Y ¡qué guapo era!

Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Qué habrían visto de mi vida? Y todos los tíos con los que me enrollo en cualquier sitio de la casa. ¿Me habrían visto follar con ellos?  No sabía muy bien qué hacer pero me estaba dando bastante morbo la situación. Me dejé llevar sin pensar demasiado.

¿Por qué no subís vosotros? Os invito a tomar algo. Osé a decirles.

No vacilaron. Vale. Dijo el chico moreno.

Sonó inmediatamente el telefonillo. Huy. Yo solo llevaba la bata cortita de verano y un conjunto cómodo de ropa interior. En un acto de coquetería me acerqué corriendo al baño para ponerme algo de carmín y ordenarme el pelo. Me eché una gota de perfume y fui al vestíbulo a abrir.

Hola. Pasad al salón. Les dije.

Ahora estaban callados. Se miraban entre ellos un poco alucinados.

Sentaos ¿Qué queréis tomar? Les dije frunciendo el cinturón de mi bata aún más.

Cerveza. Dijo el chico moreno. Ese chico de ojos gitanos claramente era el líder del grupo.

Me dirigí a la cocina. Saqué tres cervezas del frigorífico. Casualmente eran las últimas.  Se las ofrecí y mirando  al moreno le pregunté. ¿Cómo te llamas?

Alex. Ellos son Agustín y Alfonso.

¡Vaya! El equipo A. Alex. Agustín y Alfonso.

Rieron y dieron un sorbo a la cerveza.

¿Sois del barrio? ¿Cuántos años tenéis? Les pregunté sirviéndome un poco de vino. Me di cuenta de que la botella de chablis que había abierto hace un rato ya estaba por la mitad.

Dieciocho. Vamos al instituto de Mártires de la Ventilla. Dijo Álex.

El puntero lo cogimos de la sala de profesores. Siguió Alfonso.

Y ¿Desde cuándo me observáis? Les pregunté insinuándome.

Desde que te vimos con un tío haciéndooslo en el sofá. Se rió Álex.

¿Cuándo fue eso? Pregunté con cierta curiosidad.

Hace un mes más o menos. Siguió Alfonso. Era un domingo por la mañana.

Joder. Pensé. Me di cuenta de que me estaba poniendo cachonda. Yo follando con un tío mientras tres niñatos me observaban.

¿Os gusta mirar?

Bueno. Es que no tienes cortinas… vaciló Álex.

Ya. Y Tú Agustín. ¿No dices nada? Le pregunté al que estaba sentado en medio.

En realidad es bastante tímido. Dijo Alfonso.

Ya veo. ¿Tenéis novia?

No. Esta vez contestó Agustín.

¿Y esas chicas que siempre vienen a veros jugar son solo amigas?

Si. A veces nos enrollamos pero solo eso. Son unas niñatas. Dijo Álex.

¿Ah sí. Álex? ¿Te gustan más mayores? Le pregunté mirándole fijamente.

Me gustas tú. Respondió seriamente.

Los otros dos se rieron.

¿No crees que soy un poco mayor para ti? Me insinué de nuevo.

No lo creo. Es que estás muy buena. Se levantó. Se puso junto a mí. Muy cerca y  me pidió otra cerveza.

No tengo más. Si quieres tengo  tequila. Le ofrecí algo intimidada.

Vale. Dijo Alfonso desde el sofá.

Fui hasta la cocina. Saqué tres vasitos de cristal para el tequila. Me puse de puntillas para poder alcanzar la botella que guardaba en el armario alto de encima del frigorífico y en ese momento sentí una mano tocando mi culo suavemente por debajo de la bata…

Continuará…

Os propongo un juego.

Tengo varias situaciones distintas para la continuación de la fantasía.

  1. Era Álex y termino follando con él en la cocina sin que los otros chicos se enteran.
  2. Me giro y ahí están los tres chicos jugando con el puntero láser.
  3. Me follo a Álex mientras los otros dos chicos miran.
  4. Me giro. Era Álex. Le aparto y al final les echo a los tres chicos de casa.

¿Cual eliges?

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