En esta maleta no cabe casi nada de lo que compré anoche en la casquería del barrio hebreo. Es tan diminuta que debes abrirte paso estacando una aguja bien grávida; Sigue leyendo «El rapto de Europa»
Emociones, amigas y slow-talking.
Quiero saber qué coño significa el amor. ¡Enseñádmelo vosotras, niñas de Chamberí!
Hablemos de ello. Sigue leyendo «Emociones, amigas y slow-talking.»
Lluvia, sexo y una válvula de cerdo.
Me pregunto en qué afectará la lluvia al estado vital de una válvula de cerdo instalada en el corazón. La que tiene mi madre y que no pudo prestar a papá la mañana que murió. Además, les separaban exactamente 720 km. Ese día no llovió. Se hubiera echado a perder la uva. Sigue leyendo «Lluvia, sexo y una válvula de cerdo.»
Sexo, Miami y tortugas.
Mareas negras surgen en la soledad de teclado; desobedeciendo al verano. Sigue leyendo «Sexo, Miami y tortugas.»
Entretenimientos con Mara
Doctor: Hola Mara. Antes de que entraras y revisando tu expediente me he dado cuenta de que llevas casi tres años sin venir. No vendrás a que te ponga a régimen porque… ¡estás realmente guapa! Sigue leyendo «Entretenimientos con Mara»
Cápsulas de Pulse Mara: Pulpos y grand cru.
Os dejo un pasaje de «Pulse Mara» con recuerdos de Japón, país presente en toda la novela y que espero conocer algún día.
Mara.
<<…>>—Por hoy ya he tenido suficiente. Ya no bailo más —.
Cogiste una pieza de sashimi y me la diste de comer.
Luego te di un beso.
Te levantaste de nuevo y te sentaste en el sillón junto al mío.
Seguimos hablando. Me acuerdo también del momento cuando te contaba cómo los japoneses comen unos pulpos minúsculos, aún vivos. Yo me metía las manos en la boca para explicarte cómo era la sensación y tú me mirabas impaciente por saber más. Las patas, poco a poco, van pegándose a tu dentadura. Te decía metiéndome las manos entre los dientes para explicártelo mejor. Al principio tienes una percepción algo extraña pero te va seduciendo cada vez más. Me dijiste que te parecía muy sofisticado. —Lo es —te contesté.
Después recuerdo levantarme, coger la botella de grand cru que traje y acercarme a ti. Estabas hermosa con esa falda lisa rosa y, por supuesto, con el sujetador de perlas que compraste. ¡Cómo alzaba tu pecho grande que tanto me excita! Comencé a ponerme muy muy cachondo. Quería follarte de nuevo. Quería comerte entera. Me arrodillé junto a ti. Te abrí un poco las piernas y ofreciéndote la botella de champán te dije —Échate el líquido por encima. Quiero beberte, lamerte, saciarme de ti —. Solo recordar cómo corría el licor por tu piel tersa y luminosa ha hecho que se me ponga muy dura. Empecé a lamerte. Primero los pies. Fui subiendo por las rodillas, la parte interior de los muslos. Podía sentir cómo te ibas encrespando. Echaste la cabeza hacia atrás dejando caer la melena por la parte posterior del sillón. Podía oler ya el sabor de tu coño. Llegué hasta las ingles. Tú suspirabas, gemías. Cada vez más fuerte. Por fin alcancé tu preciada vulva. La mezcla del champán y los líquidos que empezaban a fluir de tu vagina me hicieron enloquecer y empecé a beber tu coño. Te metía la lengua hasta donde podía. Metí una mano por debajo del sujetador para pellizcar tus pezones. Tú me agarrabas la cabeza empujando hacia tus entrañas. —Más, Claudio, más —me decías. —Sigue. Cómeme. Cómeme. Fóllame —. Me echaste el champán por la espalda. Sentí un frescor embriagador. —Me encanta, cabrón —empezaste a gritar. —Más. Así, joder…. Me voy a correr. Cabrón. Cómeme entera. Hijo de puta —. Ya estabas completamente entregada al sexo. Yo estaba enfermo de deseo. Quería follarte. Quería que nos corriéramos a la vez. Mi polla estaba muy dura y sentía cómo subía el semen.
—Ay Mara. Te voy a follar como nunca te ha follado ningún cabrón —te dije. Y te levanté del sillón. Te eché sobre la mesa de comedor. Me tumbé sobre ti y te la metí de un golpe. Empujé y empujé. Cada vez más fuerte, más duro. Estaba poseído por la danza de la noche. —Aggg, argg… —bramaba. Embrujado por tu cuerpo, por tus perlas, por tu coño de puta. No quería parar. —Aggg ¿Te gusta que te follen así? ¿Quieres más? —te preguntaba. —Sí mamón. Quiero mássssss. Cómeme. Jódeme. Rómpeme… —.
Te jodí…
Te follé…
Te rompí…
Seguimos toda la noche follando y recuerdo la sensualidad del último polvo en tu habitación. ¡Cómo estábamos los dos pegados, tumbados de lado agotados! Yo te mordía suavemente el lóbulo de la oreja y te follaba muy muy lentamente. Tú seguías el ritmo pausado que yo marcaba agarrando mis piernas fuertemente como para sentirme más y más y de vez en cuando girabas levemente tu cabeza para que te diera un beso. Nunca olvidaré ningún polvo pero ese fue el más especial, Mara…
¡Cuánto anhelo volver a vivirte! Espero que sea pronto.
Te toca cuidarte mucho. Decirte que aquí me tienes cuando quieras…
Claudio.
…
Así se hizo realidad mi fantasía con 3 Hombres. PARTE II
Fui hasta la cocina. Saqué tres vasitos de cristal para el tequila. Me puse de puntillas para poder alcanzar la botella que guardaba en el armario alto de encima del frigorífico y en ese momento sentí una mano tocando mi culo por debajo de la bata… Pínchame por si no leiste la PARTE I.
cONTINUACIÓN:
Así me quedé. Me sobresalté pero me contuve. Ya llevaba cachonda un rato. Decidí dejarle actuar. A ver qué hacía.
Siguió sobándome el culo. Levantó la tela de mi ropa interior y metió los dedos por debajo de la braga hasta alcanzar mi vagina. Me metió un dedo tan rápidamente que no me dio tiempo a reaccionar. Solté un silencioso gemido. Con la otra mano desató el nudo de mi bata y empezó a tocarme un pecho. Mi cuerpo se pegó más a la puerta del frigorífico. Joder.
Umm. Suspiré sin poder controlarme más.
No me esperaba esa embestida sin preaviso y mucho menos de un chaval tan joven. Me pegué un poco más a su cuerpo levantando el culo para ver si su polla estaba dura. Guauu. Si lo estaba. Sí. Entonces giré la cabeza y comenzamos a besarnos. Era Álex por supuesto. Me di la vuelta por completo. La bata abierta dejaba al descubierto mis pechos. El chico comenzó a besarlos. Los agarró con sus manos. Los besaba con entusiasmo. Yo estaba muy húmeda ya. Dejé la botella de tequila sobre la encimera mientras me dejaba manosear. Me cogió de la cintura y me pegó contra la pared. Me sujetó las muñecas y me besaba por todas partes. Rápido. Iba bajando por todo el cuerpo hasta que alcanzó mi culote blanco de algodón. Lo mordió intentando deshacerse de él hasta que la braguita quedó a la altura de los muslos y empezó a besar mi pubis. Abría con sus dedos los labios de mi vagina para absorberlos mejor. Dios… Me estaba poniendo enferma ese muchacho. Deseaba follármelo ya. No quería que los otros chicos nos oyeran e intentaba contener mis gemidos. Levanté una pierna y la apoyé sobre su hombro para abrir más mis entrañas. Ansiaba llegar al orgasmo cuanto antes. El chico no paraba de lamer mi coño. Lo hacía bien aunque a veces friccionaba demasiado y me hacía daño. Esa cosita es muy delicada y hay que tener mucho cuidado.
Al final pensé que le faltaría experiencia para hacerme llegar al orgasmo solo con la lengua. Aunque he de decir que incluso los tíos mayores, muchos, no tienen ni puta idea de cómo comer un coño.
En fin. Que le levanté. Le abrí la bragueta, le bajé los pantalones y el calzón de una vez. Él se ayudó hasta quistárselos. Apagué la luz del plafón del techo y abrí un poco la nevera para que pudiéramos ver mínimamente. Le senté en la única silla que había en la cocina en frente de la encimera junto a la ventana. El chico estaba completamente empalmado. Me quité las bragas y me senté encima de él introduciendo su polla de una sola vez en mi vagina. Dioossss!! ‘Qué rica estaba! Suave, grande y dura. Se deslizó en mi coño a la perfección. Empecé a follármelo rápido. Le cogí la cabeza y se la metí entre mis tetas para que volviera a comérselas mientras seguía cabalgando sobre su cuerpo fuerte y atlético. El chico estaba entregado a mi placer. Miraba primero mis pechos. Los cogía, los besaba con suavidad y enseguida se los metía en la boca para chuparlos rudamente. Luego paraba de nuevo y pellizcaba un pezón. Luego lo mordía. Me abrazaba. Se pegaba, se despegaba. Bajaba sus manos hasta el culo. Lo agarraba. A veces acercaba un dedo por la raja de atrás y luego, mientras me chupaba un pecho, lo subía por la columna vertebral apretando un poco hasta llegar al cuello. Volvía a mi boca, a mis pechos. Cogía mi pelo. Tiraba un poco de él. Me abrazaba. Me besaba… Yo me lo follaba….Ahhhhh. ¡Qué sensualidad y qué vigor!
De repente pude ver el punto rojo sobre la piel de mis manos que estaban apoyadas en el borde de la encimera. Ladeé la cabeza mirando hacia la puerta y allí estaban Alfonso y Agustín. Los dos permanecían quietos, impasibles, mirándome con deseo. Agustín Llevaba el puntero láser y Alfonso se estaba tocando la bragueta.
Sin decir nada giré la cabeza de Álex hacia ellos mordiéndome el labio inferior de la boca lascivamente con la intención de retarlos.
¿Os gusta mirar eh cabrones? Les dijo Álex.
Cuando Álex terminó de hablar metí el dedo pulgar de una mano en su boca empujando a la vez su cabeza hacia atrás. Seguidamente lo saqué. Levanté el dedo índice y dirigiéndolo hacia mí les invité a pasar.
Ven aquí Alfonso. Le decía mientras que Àlex mordía un pezón sin dejar de mirar a sus amigos.
Acércame la botella de tequila. Alex le ordenó.
Alfonso obedeció. Cogió la botella y se la dio a Álex. Después se puso junto a mí. El chico no sabía muy bien qué hacer. Àlex bebió un sorbo de la botella y después fue echando el resto sobre mis pechos. Me encantó esa sensación de frescor. Esa noche hacía mucho calor. Con las manos iba esparciendo el líquido por mi piel. Tocaba mis tetas, mi cintura, mi cuello, mi cara. Empezamos a acelerar el ritmo del polvo de nuevo. De vez en cuando me metía el dedo en la boca para que saboreara el tequila. Yo me volvía loca con aquel joven. Ufff. No sé cómo podía estar aguantando tanto tiempo sin correrme.
Pero no me olvidaba de Alfonso que seguía de pie junto a mí observando cómo jodíamos su amigo y yo. Le cogí tiernamente del mentón y acerqué su cara a mi pecho para que se lo comiera.
Muérdeme el pezón. Le dije sin soltarle.
El chico comenzó a chupetear el pecho con cierta timidez. Con la otra mano le cogí de los huevos. Sentí su polla dura. Guau! Pensé. ¡Hoy me voy a dar un buen festín!
No te cortes. Alfonso. Aprovecha esta oportunidad que esta noche vas a disfrutar bien de tu profesora. Le exclamé cogiendo fuerte sus huevos.
Mientras tanto Àlex seguía sobando mi cuerpo brillante y mojado a causa del tequila. Comencé de nuevo a acelerar el ritmo del polvo. Eché el torso y la cabeza hacia atrás sujetándome a la encimera para no caerme. De ese modo los chicos podrían disfrutar más de mí. Empecé a follarme a Àlex más fuerte. Alfonso, por fin, entró en calor y se perdió entre mis tetas. Lo hacía con devoción, con vehemencia. Fuertemente. Deslizaba compulsivamente sus manos por todas las partes de mi cuerpo. Yo estaba empezando a notarme fuera de mí.
Más, más… seguid así. Joder…No paréis. Les decía una y otra vez.
Alex de vez en cuando me cogía del pelo echándome hacia él y comenzaba a besarme: me metía la lengua hasta el fondo. A veces me mordía los labios con fuerza. Eso me ponía aún más cachonda. El chico iba fuerte. Tenía más experiencia que la que podía esperar de un niñato de instituto. Yo estaba fuera de mí. Gemía. Aggg…. Me voy a correr cabrón. Sigue follándome así. Guauuuuu!!! Alexxxx!!!! Alfonso seguía lamiendo mis pechos y sobando todo lo que podía pero Agustín permanecía de pie en la puerta mirando. Apuntaba con el láser a todas las partes de mi cuerpo. No se decidió a juntarse al grupo el puto mirón. El cabrón de Álex empezó a tocarme el clítoris con el dedo mientras me lo seguía follando. Eso me desquició. Ay cabrón, que me corro. Cabalgué más fuerte. Noté el orgasmo cómo llegaba. Ayayay…. Uimmmmm sigueee. Cabrón……aggggggg me corrooooooo….
Ummmm
Caí destrozada sobre los hombros de Álex…
PUes esta es la versión con los tres… MAra es mucha MAra…
Mara Blixen.
aSÍ se hizo realidad mi fantasía con 3 HOMBRES…PARTE I
…Me aburre el libro que estoy leyendo. Es un domingo de verano. Estoy tumbada en el sofá del salón. Es realmente pequeño pero el hermoso marco verde que traspasa el ventanal hacia el parque lo amplia sin hacerme percibir la sensación de agobio. Todavía no entiendo esa manía de los promotores de construir viviendas con muchos dormitorios pero con cocinas y salones tan pequeños. Parece que cuanto mayor número de estancias tenga tu vivienda más grande es. El resultado es una caja de sardinas bien (mal) compartimentada. Y a esto es a lo que mi sueldo de profesora puede aspirar. Antes las casas eran más espaciosas y confortables. Estaban mejor pensadas.
Como todos los fines de semana me despierta el ruido de la pelota chocando en la red metálica de protección de la cancha de baloncesto del parque de en frente de mi edificio. Me gusta. Es la alarma que me hace recordar el itinerario de hoy y de cada mañana de domingo que me despierto sola sin el típico tío que insiste en quedarse a dormir después de una noche de alcohol y sexo.
¡Cómo me gusta! Me levanto. Desayuno tranquilamente con un libro, esta vez un auténtico tostón pero todavía no me he atrevido a abandonarlo. Quizás me faltan algunos años de madurez para hacerlo con decisión. Lo digo porque todos mis amigos que pasan los cincuenta lo hacen. Me quedan todavía diez aunque no creo que aguante tanto.
A veces sueño con que alguien me observa desde el parque sin yo saberlo. Nunca he puesto cortinas en mi casa y las persianas siempre están levantadas. Tengo una vieja costumbre de familia donde incluso los días de más frio siempre dejo alguna ventana del apartamento abierta toda la noche. Me da cierta sensación de poder respirar un aire más limpio. Cuando era una cría a veces me despertaba llorando por la noche e iba corriendo a la habitación de mis padres a pedir consuelo. En Invierno su habitación siempre estaba congelada. Me metía en el enorme edredón nórdico acurrucada en el calor materno. Por la mañana el dormitorio tenía ese aire de frescor de habitación recién ventilada. Ahora yo hago lo mismo. Cuantas peleas he perdido con mis anteriores parejas cuando trataban de hacerme ver que solo los locos duermen con la ventana abierta con dos grados bajo cero fuera.
En fin. Cuando termino de desayunar, me ducho y me preparo para salir de casa y dar una vuelta por el mercadillo de la avenida de Asturias que plantan todos los domingos y festivos. Me encanta ese paseo. Prefiero ir pronto cuando todavía no está lleno de gente. Compro fruta, verduras, y flores frescas. Casi siempre margaritas. Es un mercadillo de barrio. A veces también compro rosas blancas si ese día el gitano, con el que siempre regateo, ha conseguido robarlas en algún almacén de venta al por mayor. Las rosas tienen que ser blancas. El gitano las guarda para mí. Es un símbolo del recuerdo de ese niño sin oportunidades. Ese precioso niño que me dio tiempo a amar y que ni tan siquiera conoció el mar.
Vuelvo a casa caminando por el parque con el carro lleno de comida. Es una manera de hacer ejercicio porque el parque está lleno de subidas y bajadas. Los caminos son sinuosos. Hay muchos taludes en el terreno y una mezcla de variedades de árboles muy rica. Cipreses, castaños, magnolios, alcornoques. Todos ellos forman un paisaje asilvestrado y rebelde. Parece que todo ha nacido por culpa del azar. Ya cerca de casa me quedo un rato sentada en un banco junto a la mini pista de baloncesto observando a los adolescentes que juegan. Me gusta mucho observarles. Contemplar su cándida actitud. Verles me hace sentir que la vida tiene sentido.
Cerca de mediodía llego a casa. Guardo ordenadamente todo lo comprado. Sé que pasados unos días tendré que tirar parte de las verduras porque casi nunca cocino pero todavía insisto en aprender. ¡Qué estupidez! Pongo las flores frescas en un jarrón y entonces enciendo el teléfono móvil y se acaba mi momento de la semana de complicidad conmigo misma. Me acerco de nuevo al sofá esta vez para enterarme de lo que está pasando en el mundo. Abro el ipad y busco la página del “PAÍS”. Así estoy durante, más o menos, una hora más.
Cuando estaba leyendo lo cultural un ruido que provenía de la cancha de baloncesto me sobresaltó. Me levanté y me acerqué al ventanal. Me quedé un rato observando. Los chicos que hace un rato estaban jugando ahora se estaban peleando. Las amigas o novias que otras veces se quedaban en los bancos chismorreando entre ellas intentaban tranquilizarles. Podía entreverles entre las ramas de los árboles. Pasado un rato parecía que la paz volvía. Resbaló una pelota por el talud que llegaba hasta la carretera. Lo había visto muchas veces. La malla que protege la cancha no es muy alta. A veces, la pelota sale por encima y cae a la tierra rodando por el terraplén hasta la calzada. Se rifan entre ellos quien va a por ella y al final veo a uno de los chicos acercarse corriendo para recogerla. Esta vez, el chico que alcanzó la pelota alzó la mirada y se encontró con la mía. Yo le sonreí. Él me sonrió. Se dio la vuelta y subió de nuevo con sus compañeros. Yo seguía en el ventanal curioseando. De repente pude ver cómo todos juntos miraron hacia mi ventanal. Me estaban mirando a mí y hablaban entre ellos. Obviamente no podía oír qué decían. Me dio un poco de vergüenza y di una par de pasos hacia atrás. Ellos seguían mirando. Me quedé quieta. Pasados unos minutos salieron de la cancha y se acercaron un poco más. Seguían mirando hacia la fachada de mi apartamento. Se reían cada vez más alto. Estaba convencida de que me estaban mirando a mí. El edificio lo componen un grupo de casitas bajas pareadas de dos plantas. Únicamente cambian las esquinas de la manzana. Cada una agrupa un portal de cuatro viviendas distribuidas en dos plantas. Yo vivo en el segundo y en mi portal ahora mismo no vive nadie más. No sabía bien qué hacer. Seguí impasible dos pasos atrás. Uno de los chicos se adelantó e hizo aspavientos con las manos dibujando la silueta de una mujer. Otro me lanzó un beso. Me puse muy nerviosa. Me di la vuelta y me escondí en el pasillo entre el salón y la cocina. Me quedé parada pensando. Al cabo de un rato, me acerqué a la cocina y sigilosamente fui aproximándome hacia la ventana. También daba al parque. Me quedo petrificada cuando veo que varios de los chicos están en la calzada mirando. Me eché hacia atrás para esconderme de nuevo. Ya no pude asomarme otra vez. Me puse a cocinar compulsivamente. Saqué los pimientos, las cebollas, los tomates y todo lo que había comprado. Decidí preparar una crema, dos, cien. Finalmente, pasadas dos horas aproximadamente terminé. Me asomé a la ventana y ya no había nadie.
El resto de la tarde pasó con normalidad. Fui con una amiga al cine y volví pronto a casa. Me cambié de ropa. Me puse la bata negra con lazos blancos que compré en Zara hace muchos años y que aún sigue nueva. Cené una crema de verdura con un poco de vino blanco. Más tarde encendí la tele. Cuando estaba haciendo zapping noté cómo un puntito rojo iba recorriendo parte de mi cuerpo. Era el típico punto gordo de láser como los que usan los arquitectos para hacer mediciones. Miré alrededor pero solo podía venir de la calle. Mi casa está situada en frente del parque. No hay edificios delante así que solo podía provenir de alguien que estuviera allí. Me acordé de los chicos de la cancha de baloncesto. Me levanté y miré hacia afuera.
Allí estaban. Junto a la cancha. No podía ver bien .Tan solo una luz tenue de la farola de la acera iluminaba el exterior. Vi cómo bajaron el terraplén dirigiéndose hacia mi casa. No podía creerlo. Esta vez no pensaba esconderme. Les plantaría cara y les invitaría a largarse.
Corrí la puerta del ventanal y me asomé. Estaban allí abajo. En fila. A apenas cinco metros de mí. Eran tres. Uno llevaba el puntero láser pero ahora ya no me enfocaba. Se quedaron quietos, callados. Decidí actuar.
¿Sois vosotros los de esta mañana?
¿De dónde habéis sacado ese puntero?
¿Queréis dejarme cenar tranquila?
Venga, largaos. Les dije.
Al cabo de muy poco tiempo, uno de ellos me preguntó:
¿Cómo te llamas?
Vives sola, ¿verdad?
Me sorprendió la última pregunta. ¿Qué sabían ellos de mí? Pensé. Decidí jugar un poco y me lancé.
Si. Vivo sola. ¿Cómo lo sabéis?
El chico más alto se atrevió a decirme:
Lo sabemos. Te llevamos observando algún tiempo.
Yo contesté:
Ah ¿sí? Qué más sabéis de mí?
Que vas en moto a trabajar. Que te gusta mucho leer. Que a veces vienen tíos a cenar y se quedan a dormir. Que los viernes por la noche pones la música a tope.
Sí. Te gusta mucho el rock. Coldplay, Franz Ferdinanz. The killers, the ting tings. Dijo otro. Los pones a tope cuando te prepares para salir los fines de semana. Podemos oírlo desde la cancha. Es que nos encantan esos grupos ingleses también.
Y nos gusta mucho cuando te mueves por la casa en ropa interior. ¿Sabes que tienes un cuerpazo? Dijo el primero de nuevo.
Comenzaron a reírse.
El primero volvió a decir: Anda. ¿Por qué no bajas? Era, claramente, el más atrevido y descarado. Y ¡qué guapo era!
Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Qué habrían visto de mi vida? Y todos los tíos con los que me enrollo en cualquier sitio de la casa. ¿Me habrían visto follar con ellos? No sabía muy bien qué hacer pero me estaba dando bastante morbo la situación. Me dejé llevar sin pensar demasiado.
¿Por qué no subís vosotros? Os invito a tomar algo. Osé a decirles.
No vacilaron. Vale. Dijo el chico moreno.
Sonó inmediatamente el telefonillo. Huy. Yo solo llevaba la bata cortita de verano y un conjunto cómodo de ropa interior. En un acto de coquetería me acerqué corriendo al baño para ponerme algo de carmín y ordenarme el pelo. Me eché una gota de perfume y fui al vestíbulo a abrir.
Hola. Pasad al salón. Les dije.
Ahora estaban callados. Se miraban entre ellos un poco alucinados.
Sentaos ¿Qué queréis tomar? Les dije frunciendo el cinturón de mi bata aún más.
Cerveza. Dijo el chico moreno. Ese chico de ojos gitanos claramente era el líder del grupo.
Me dirigí a la cocina. Saqué tres cervezas del frigorífico. Casualmente eran las últimas. Se las ofrecí y mirando al moreno le pregunté. ¿Cómo te llamas?
Alex. Ellos son Agustín y Alfonso.
¡Vaya! El equipo A. Alex. Agustín y Alfonso.
Rieron y dieron un sorbo a la cerveza.
¿Sois del barrio? ¿Cuántos años tenéis? Les pregunté sirviéndome un poco de vino. Me di cuenta de que la botella de chablis que había abierto hace un rato ya estaba por la mitad.
Dieciocho. Vamos al instituto de Mártires de la Ventilla. Dijo Álex.
El puntero lo cogimos de la sala de profesores. Siguió Alfonso.
Y ¿Desde cuándo me observáis? Les pregunté insinuándome.
Desde que te vimos con un tío haciéndooslo en el sofá. Se rió Álex.
¿Cuándo fue eso? Pregunté con cierta curiosidad.
Hace un mes más o menos. Siguió Alfonso. Era un domingo por la mañana.
Joder. Pensé. Me di cuenta de que me estaba poniendo cachonda. Yo follando con un tío mientras tres niñatos me observaban.
¿Os gusta mirar?
Bueno. Es que no tienes cortinas… vaciló Álex.
Ya. Y Tú Agustín. ¿No dices nada? Le pregunté al que estaba sentado en medio.
En realidad es bastante tímido. Dijo Alfonso.
Ya veo. ¿Tenéis novia?
No. Esta vez contestó Agustín.
¿Y esas chicas que siempre vienen a veros jugar son solo amigas?
Si. A veces nos enrollamos pero solo eso. Son unas niñatas. Dijo Álex.
¿Ah sí. Álex? ¿Te gustan más mayores? Le pregunté mirándole fijamente.
Me gustas tú. Respondió seriamente.
Los otros dos se rieron.
¿No crees que soy un poco mayor para ti? Me insinué de nuevo.
No lo creo. Es que estás muy buena. Se levantó. Se puso junto a mí. Muy cerca y me pidió otra cerveza.
No tengo más. Si quieres tengo tequila. Le ofrecí algo intimidada.
Vale. Dijo Alfonso desde el sofá.
Fui hasta la cocina. Saqué tres vasitos de cristal para el tequila. Me puse de puntillas para poder alcanzar la botella que guardaba en el armario alto de encima del frigorífico y en ese momento sentí una mano tocando mi culo suavemente por debajo de la bata…
Continuará…
Os propongo un juego.
Tengo varias situaciones distintas para la continuación de la fantasía.
- Era Álex y termino follando con él en la cocina sin que los otros chicos se enteran.
- Me giro y ahí están los tres chicos jugando con el puntero láser.
- Me follo a Álex mientras los otros dos chicos miran.
- Me giro. Era Álex. Le aparto y al final les echo a los tres chicos de casa.
¿Cual eliges?