Mi abrigo rojo,
rojo intenso, de lana y largo hasta la rodilla. Así es mi querido abrigo rojo.
Lo uso dos veces al año. Cuando empieza el otoño y a punto de irse el invierno, y lo hago porque abriga pero no ahoga. Me gusta porque es ligero como yo, cobija al auxilio, como yo, y es suave al tacto, casi como yo.
Y es que cuido mi piel con mimo. Después de hacerla respirar corriendo por las calles del barrio, la ofrezco largos baños calientes, la limpio con exfoliantes que compro en Kiehl´s, la unto, extendiendo cremas aceitosas que me traigo de una tiendita escondida del viejo Londres…
Y entonces da comienzo el ritual “rouge”.
Música sensual suena ya a lo lejos. Me acerco al armario de lencería y escojo una braguita blanca, o color carne mejor, de algodón y sin encajes, de esas de día. Va a ser mi único atuendo. Eso, y por supuesto, mi abrigo. ¡Ah! Se me olvidaba. ¿Cómo iba a brindarme al despertar sin mis zapatos negros de charol?
Move on, waiting for that change of season, Oh the winter’s been so long…
Y comienzo a bailar por el largo salón de mi casa con esta canción dulce de George Michael, y es que llega la primavera, mi abrigo se desempolva revoloteando libre alrededor de mis piernas desnudas, acaricia mi culito, mis pechos, y envuelve mis brazos. Y es que danzo a pasitos coquetos, concisos, aunque cada vez menos tímidos… Mis tacones ya se van dejando llevar sin temor por los ángeles, giran sobre sí mismos, se hablan, se intercambian algunas melodías…
Y cuando voy metiendo los deditos por los límites de la única tela prieta que se ciñe a mi cuerpo es porque ya siento el ardor que lentamente recorre mi piel blanca. Mis pezones se endurecen deseosos de un amor caliente y mi braguita terminará por resbalar entre los charoles de aguja…
Pero esta noche es solo para mí. Algunos celebran el cambio de estación con nuevos colores. En Japón, lo hacen anunciando el florecimiento de los cerezos. Es muy popular hacer un picnic (Hanami) en los parques. Tanto es el fervor por el rosa en flor, que en ocasiones la fiesta continua hasta bien profunda la noche.
Pero yo prefiero hacerlo sola, en casa, desnuda bajo mi manto rojo. Dos veces cada año desde que tengo veinte. Desde que aprendí a tocarme venciendo mi pudor, cediendo a los límites impuestos quién sabe por qué. Sigo y sigo hasta que mi vulva destella…, hasta que termina la canción que dice así:
I’m gonna be lucky in love someday…
Mara Blixen.