Emociones, amigas y slow-talking.

Quiero saber qué coño significa el amor. ¡Enseñádmelo vosotras, niñas de Chamberí!

Hablemos de ello.

Hablemos de las charlas entre amigas donde, algunas ampulosamente, y otras porque deciden dejarse llevar cuando, antes de llegar a la azotea, se perdieron en el sótano rojo, creen subir a un nivel emocional (que no intelectual) superior. Desde luego, habrán ido a la India diez veces, pero me demuestran que no conocen la verdad del término emoción. Tal vez chispa, alegría, verde-gris, alborozo, orgasmo e hilaridad, son emociones para ellas, y apoyadas en dichas, cursilean con la preciosa lengua española; lo hacen removiendo con ritmo pausado su copita de vino caro. Fotograma de Vogue.

¿Por qué creemos que cuanto más hablamos, más cosas importantes decimos? Conferenciantes de discursos vacíos—¡No es cierto!—. Me consta que no existe, pero que alguien ponga de moda el slow-talking como concepto estaría del todo bien. No para aprender inglés; más bien, para bajar la ansiedad que arrastra el mundo pre-Trump.

En cuanto se me ocurre intervenir para hacer una pregunta incómoda que nadie espera, ni siquiera soy capaz de terminar la reflexión. Ninguna de ellas quiere escuchar lo que, ya en mi saliva, se deja ver como inaceptable, incomprensible, o de lo que no se tiene una respuesta. A veces insisto en que me dejen definir bien el texto, pero fracaso; desisto y me escondo en mi mundo interior de nuevo.

Pero ayer me sentía incómoda con la conversación y exploté. Lancé la pregunta a lo “Sálvame”. La morena alta, se da cuenta de que, tal vez, toda la media hora que ha estado intentando convencernos con monólogos carentes de sufrimiento, de que siempre hay que perdonar, tan solo ha sido aire infantil en movimiento. Doce segundos de silencio en la mesa. Noelia me mira con intriga, a otra se le tuerce el ojo y suelta el tenedor, no quiere seguir comiendo. Pero al final, el telediario y la guerra de Alepo termina y llega el postre pre-navideño. Juana se vuelve un pelín agresiva conmigo. Me reta a responder si “eso que pregunto” me ha pasado a mí.

No, claro que no —sentencio decepcionada.

Menos mal. Ahora ya se sienten tranquilas y vuelven a la carga con sus planteamientos new-heideggerianos. Y tú ya te maquillas de ti misma para no intoxicarte de sus voces bobas; no vuelves a hablar. Deseas volver a casa sola y requieres de oxígeno. Así que te olvidas del cabify. Caminas a paso rápido por las calles cañis de Tetuán, con sus curvas de mulatas sueltas y trenzas teñidas con aros por pendientes. Te paseas ligera, escuchando una buena lista de rap francés. Sudas y son las tres de la mañana. El cardio veloz hace que enseguida te olvides de las voces pijas huecas, excepto la de la morena, que se ha puesto rubia porque le gusta cambiar. Ella es divina y sabes que te quiere de verdad.

mara1Antes de acostarte vas a beber un último trago, y para que sepa aún mejor, enchufas “enchatment”, tu pieza de calentamiento cuando bailas por Martha Graham. Al levantar la falda de un suspiro, ya estás en la pelvis de diva. Te entregas semi-desnuda a la danza, al mundo del artista que los tuyos no pueden comprender porque no están dispuestos a testar en sus labios un sonido diferente.

Sigues ahí buscando respuestas en los libros, preguntándote si no es mejor tratar de mezclarte con los tuyos, echarte unas mechas de más y bajarte del tacón de sexualidad que sabes que te hace algo diferente…

Mara Blixen. 

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