Columna. Envidia del pene.

Vieja, espacial, engreída. Aun puede ser todo lo que quiera porque tiene la Historia que viene de su lado. No importa si hay dos como ella. Su presencia invade mi paso, y más, el de Palladio, que jamás olvidó dibujarlas. Construyó palacios níveos que perduran lejos, allí en Carolina del sur donde hoy filetes memos y no solo rubios acobardan al mundo bajo sus cascos simétricos.

O los míos, que presumen ligeros. Que atrapan escala.

Tres yelmos.

Volutas estriadas, ramas o anillos circunspectos.

Pareció morir al signo papal, y reapareció. Ya he dicho que la bruja no muere. Carece de aristas sin embargo encarcela al caballo. ¿Quieres más? Puedo sumar alienando palabra, durmiendo para siempre cantera. Y es que poesía me sobra.

No equivoques mi lectura. Ese objeto que os cobija no me afecta. No envidio su estructura porque aunque no hay pudor al revelar temerla, su involuntaria inmovilidad jamás podrá alcanzar mi plañido. Ja. Ella no escribe la Historia, yo estoy en ello.

Leed.

envidia del PENE 2

Pueden formar tropas marchando hacia mí ordenadamente una tras otra. Las hay acanaladas, adosadas, sindicadas, vertebradas…, y dóricas. Estas son las que más me gustan. Son sobrias y seducen con el tiempo justo. ¡Cómo detesto que me aburran con palabras carentes de imaginación cuando el único propósito es tirar de mi falda!

Decía que me gustan. ¿Cuántas abran cruzado el umbral? No sería Mara si pudiera contabilizarlas, así que ha habido unas cuantas, muchas. Han entrado más que suficientes como para diseñar un palacete, el que he construido inconscientemente desde los veintidós, el que ahora siento impreso en distintos rincones de mi interior, y que con descaro supervisa el campo desde el endometrio.

Cuando rajaron mi dermis para sacar a Beba tuvieron que verlo, al menos el frontón. Quizás por envidia no dejaron nota pero estoy convencida de que se asombraron. Por eso tardaron en romper la bolsa marítima. Por eso escuchaba voces que, lástima de la anestesia, no conseguí descifrar. No creían lo que veían y en poco tiempo, el misterioso peristilo de Villa Rotonda les hipnotizó.

Eran ellas quienes sujetaban la nueva vida y no los ligamentos. Protegieron a mi pequeña. La acurrucaron y le dieron consuelo cuando, antes de empezar a respirar, el insomnio de mamá le ponía nerviosa.

Aún hoy siguen ahí evitando a base de estradiol que envejezca el coño porque aún queda espacio para más.

Busquemos hueco.

Los pechos están ocupados por dos postes gordos. Y así deben seguir. Nunca he sabido seducir sin grasa. Imaginad mi melena construida durante años a base de infinitas y diminutas estrías encoladas con mimo cada vez que me preparaba para salir a bailar. En la boca hay hueco pero debe estar libre porque disfruto tanto jugando con las que caen en sábana ávidas de mi sed.

Alguna vez han rozado espalda e incluso han retado a sustituir mi estructura. Las más atrevidas casi lo logran pero di sepultura haciendo añicos el fuste y reconciliando su basa como discos. Tuvieron que sufrir.

Fricciona tu cuerpo a mi muslo y encontrarás columnas abiertas mendigando una partida más de ajedrez. A esas les gusta lento. Algunas de ellas se cuelan entre las arrugas y esperan su turno sin llamar la atención. Y las que cabalgan en la línea del monte de venus se envalentonan sin darse cuenta de que ese monte es solo mío.

Después de esta historia leída, no podrás seguir diciendo que soy débil. Mi baúl de novia lanza zarzas ribeteando besos con dote y grajos de pollas humilladas al pie del altar. Así que cuidado.

El interior de mi cuerpo se ha convertido en un océano bello de columnas flotantes plácidas, que avanzan y brillan sin pausa por el flujo sanguíneo. Buscan avizoras infección nueva. Pasean por la cicatriz de la infancia, por las rodillas gastadas de puta, llegan hasta la catarata triste del glóbulo tizón. Por ahora no hay batalla, pero saben que no debemos bajar la guardia. María se encarga de recordármelo. (Sádica).

Esperanza.

Desde su nacimiento, la columna enferma encuentra alivio. Sin esfuerzo, como una mano invisible encola sus diferentes partes, antes descompuestas y perdidas. Abunda la calma y crece la alegría. El líquido blanco y casi siempre oscuro de antaño está dando lugar al flujo cristalino que brota vivaz en mi pecho. Esos dos senos gordos no paran de reír y así es como decido seguir escribiendo ahora mi historia. La Historia.

Yo que puedo.

Mara Blixen.

 

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